Por Vincenc Navarro
Este artículo critica los argumentos
neoliberales que sostienen que la deuda pública es una carga para las próximas
generaciones, lo cual requiere -según las instituciones neoliberales (tales
como FEDEA)- que los estados recorten sus estados del bienestar para reducirla.
El artículo también señala alternativas que no son consideradas en los mayores
centros políticos y mediáticos, tanto de la Unión Europea como de España,
imbuidos del dogma neoliberal.
FALACIA Nº 1: LA DEUDA PÚBLICA ES UNA CARGA A LAS
PRÓXIMAS GENERACIONES.
La deuda pública es uno de los conceptos menos
entendidos y más utilizados para alarmar a la población. Uno de los argumentos
que se reproducen más frecuentemente en los medios neoliberales próximos a la
banca y a la gran patronal (tales como FEDEA) es acentuar el supuesto peligro
de una elevada deuda, sin nunca citar porque lo consideran peligroso. A lo
máximo que llegan es a decir que es inmoral dejarles a nuestros hijos mucha
deuda, cargándoles a ellos los gastos que hemos realizado ahora. En realidad, se
llegan incluso a utilizar imágenes que presentan a las generaciones presentes,
creadores de deuda de ahora, como egoístas e insensibles a las generaciones
venideras. Así, vemos que economistas neoliberales y conservadores sustituyen
la lucha de clases por la lucha de generaciones. Consideran que el conflicto de
clases ha dejado de ser relevante y en su lugar acentúan la lucha de los
ancianos y la población adulta frente a los jóvenes e infantes, que representan
el futuro. Acentúan en sus propuestas que el estado gasta demasiado en ancianos
(pensiones) y muy poco en adolescentes e infantes.
Esta postura, como la mayoría de posturas neoliberales, es una frivolidad,
carente de solidez. El futuro de nuestros hijos no depende en absoluto de la
deuda. Depende primordialmente de la evolución de la productividad y del
crecimiento económico. Y los gastos del Estado de ahora (tales como educación,
I+D, infraestructuras físicas, transporte y bienestar social) son una inversión
en un futuro mejor. Supongamos por ejemplo que la productividad de España
hubiera crecido de 1995 a 2010 un 2.6% (una cifra razonable), como consecuencia
de toda una serie de inversiones públicas. Esto habría significado que, hoy,
por cada hora de trabajo, obtendríamos 51.1% más output que en 1995, lo cual
significa que seríamos 51.1% más ricos que en 1995. No lo somos y ello se debe
a que no hubo una inversión pública que tuviera como objetivo el aumento de la
productividad. Los sucesivos gobiernos estaban muy orgullosos de no haber
aumentado el gasto público. En realidad, el presupuesto del estado alcanzó
superávit, y la deuda pública era muy baja, lo cual produjo gran satisfacción a
los gobiernos Aznar y Zapatero. No tenían motivo para ello pues, resultado de
esta austeridad de gasto público, España es en 2011 menos rica si se hubiera
hecho aquella inversión pública, creciendo la deuda. En resumen, el bienestar
de nuestros hijos no depende de la deuda sino del crecimiento económico y de la
riqueza que les dejemos.
Por otra parte, los poseedores de la deuda pública la pasarán a sus hijos: una transferencia intergeneracional. Y los pagadores de la deuda serán los sucesores de los pagadores de la deuda actual. Es decir, la relación propietario/deudor será la misma entonces que ahora. Es un absurdo creer que nosotros gastamos y ellos –nuestros hijos- pagan.
¿Cuál es el problema de la deuda, pues?
El único problema es lo que el estado tiene que pagar a los propietarios de la deuda, lo cual depende primordialmente de los intereses de tal deuda, que ahora son excesivos, debido al alarmismo creado por las agencias de valoración de bonos que son meros instrumentos de la banca. El déficit del Estado (que es el que genera la deuda pública) puede, en caso de pleno empleo, generar inflación y subida de intereses bancarios como respuesta. Y ello puede reducir el crecimiento económico. Pero ello ocurre sólo en una economía que esté a pleno empleo, lo cual no es la situación actual, donde el desempleo es enorme. Por otra parte, los intereses bancarios no los marcan los mercados financieros sino el Estado, y en la Eurozona, el BCE, que en realidad no es un Banco Central sino un lobby de la banca. De ahí que todo el argumentario promovido por los neoliberales es pura propaganda ideológica al servicio de los intereses que les sostienen, incluidos los bancos y la gran patronal. La deuda pública en sí no es un problema. Lo es ahora por la manera como se está tratando, resultado del excesivo poder de la banca en la UE, en la Eurozona y en España.
FALACIA Nº 2: EL PROBLEMA DE LA DEUDA PÚBLICA ES
SU TAMAÑO
En la presentación de lo que se ha querido llamar el problema de la deuda en
los países de la Eurozona, se exagera constantemente el tamaño de la deuda, en
parte porque no se utilizan los indicadores adecuados. Cuando se utiliza la
deuda como porcentaje del PIB hay que tener en cuenta que el denominador PIB
puede ir descendiendo, con lo cual el porcentaje de la deuda aumenta, aunque en
términos absolutos no haya subido significativamente. En realidad, la deuda
sobre el PIB promedio de los países de la Eurozona no ha cambiado mucho, y es
menor al existente en EEUU y en Gran Bretaña.
El problema con la deuda pública no es su tamaño,
sino su enorme variabilidad según los países, con una tasa de crecimiento muy
acentuada en los países periféricos, como Grecia, Portugal, Irlanda y España.
Digo tasa de crecimiento de la deuda, indicador distinto al tamaño de la deuda.
Pues bien, la tasa de crecimiento de la deuda en los países periféricos con
estados poco financiados (es decir, países que tienen bajos ingresos al estado,
como es el caso de los países periféricos), preocupa a los países del centro y
del norte de Europa, pues temen que no podrán pagar su deuda. El problema es
que no hay una estructura federal central –como existe en EEUU- que pueda
ayudar a estos países. Lo que se llama ayuda no es ayuda. Hay que aclarar esto
porque el término ayuda, que constantemente se utiliza para transmitir la idea
de que los impuestos del ciudadano alemán se gastan para pagar los servicios
públicos o las pensiones de, por ejemplo, los griegos, no es tal, y se debería
dejar de utilizar estos términos, pues estimulan tensiones entre países, que
son fácil presa de demagogos. No es ayuda, sino préstamos que se dan, a unos
intereses inferiores que en los mercados financieros, pero a unos intereses que
no son bajos, en realidad son altamente rentables siempre y cuando el país no
se declare en bancarrota.
La segunda observación que debe hacerse sobre la
mal llamada ayuda, es que el préstamo de dinero al estado griego, por ejemplo,
es, en parte, para que ese estado pueda pagar a los bancos y otros prestamistas
a unos intereses exorbitantes, generados por sus bonos. Es, así, una enorme
transferencia de fondos públicos a los prestamistas. Es esta transferencia de
fondos públicos la que imposibilita la recuperación de estas economías
periféricas que llegan a gastar cantidades desorbitadas –que van del 6 al 9%
del PIB- en sólo pagar los intereses de la deuda. Es imposible que estos países
puedan salir de la crisis.
Soluciones alternativas al supuesto problema de
la deuda pública
De ahí que se requieran otras soluciones a las que están siendo consideradas por la Comisión Europea, por el BCE y por el FMI (lo que se llama la “troika”). Una de ellas es la redefinición/flexibilización del Pacto de Estabilidad, cuyas reglas son totalmente restrictivas. Así, que se instruya a los países a que tengan un déficit no superior al 3% del PIB y una deuda no superior al 60% del PIB es totalmente arbitrario (estos porcentajes eran los existentes en el promedio de la Eurozona en 1990).
Otra opción es que el BCE compre deuda pública y
convierta la deuda pública en eurobonos, garantizados por el BCE tal como hace
el Banco Central de EEUU (el FRB) con los estados. Es más, el BCE debe imprimir
dinero y ayudar a los estados, no sólo a los bancos (como hace el FRB con los
estados). Si ello ocurriera, los intereses de la deuda pública griega podrían
bajar considerablemente, incluso a un 3%, lo cual significaría que, con una
inflación del 2%, el coste real de pagar la deuda al estado griego sería de un
1%, un coste muy asumible, sobre todo si se le permitiera pagar la deuda en
veinte años. La deuda de EEUU se pagó en cincuenta años después de la II Guerra
Mundial. De ahí que la deuda griega podría resolverse si hubiera voluntad
política.
Por otra parte, el estado griego debiera hacer
las reformas fiscales que permitieran aumentar sustancialmente los ingresos al
estado, alcanzando el promedio de la UE-15, una cantidad equivalente al 44% de
su PIB (ahora es sólo el 37%), resultado, en parte, de un enorme fraude fiscal.
Este aumento de los recursos del estado le permitiría no sólo pagar la deuda,
sino también endeudarse menos. Ahí está la solución. Que ocurra o no depende de
las relaciones de poder, y muy en especial, de las relaciones de poder de
clase, existentes en Grecia y en la UE.
Una última observación. Es necesario para
recuperar las economías europeas que el capital financiero juegue un papel
mucho menor en el desarrollo económico. Para ello es fundamental que se
graven sus beneficios, se prevenga la especulación, y disminuya su
tamaño. El crecimiento del sector financiero y su carácter especulativo es
enormemente negativo para el bienestar de las poblaciones europeas.
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