domingo, 24 de junio de 2012

La pirámide de latas indignadas (Cuento infantil)



Había una vez en un supermercado una pila de latas de tomate. La habían hecho en forma de pirámide, y como en toda forma piramidal las latas de abajo aguantaban todo el peso. Día tras día, semana tras semana y mes tras mes.

Los reponedores simplemente cubrían los huecos dejados por las latas de arriba que se iban vendiendo, pero nadie pensaba en las de abajo. Las de abajo solo veían como las otras marchaban orgullosas y lustrosas a descubrir nuevos mundos.

Pero llegó un momento en que algunas las latas de la última fila, hartas de aguantar la humedad del agua de fregar, el frío del suelo y el maltrato de los carros de la compra, comenzaron a hincharse y a deformarse.

Al principio fueron unas pocas y no sucedió nada. Pero a medida que pasaba el tiempo la cosa empeoró. Cada vez había más y más que se hinchaban, y no solo eso, al hacerlo desplazaban a las que tenían al lado generando más y más desorden y creando un gran desequilibrio entre las de las filas superiores.

Los empleados llegaban por las mañanas, pero en lugar de desmontar toda la pirámide, un sistema que les había funcionado bien durante tanto tiempo, simplemente daban algunas patadas a las de la fila de abajo para que todo se mantuviera en ese orden geométrico, casi divino, que tanto gustaba a los gerentes del supermercado.

Pero de todos es sabido que no hay nada que perdure si no se cuida y se mantiene como es debido. Por muchas patadas que dieran los empleados no podían evitar que día tras día más y más latas se hincharan.

Hasta que llegó lo inevitable. Una noche, cuando los empleados no estaban y los vigilantes nocturnos se hubieron dormido, toda la fila de abajo se desparramó por todos los lados posibles.

Fue terrible, ya que gracias a la ley de la Gravedad de Sir Isaac Newton, las latas, cuanto más arriba estaban más fuertes se golpeaban contra el suelo.
Cuando llegó la gerencia por la mañana y abrió las persianas se encontraron un panorama desolador: muchísimas latas reventadas, esparcidas por todas partes y todo el suelo rojo como si fuera sangre; otras, abolladas y con las etiquetas destrozadas, habían ido a parar debajo de las estanterías.

Solo la fila de abajo permanecía casi sin desperfectos, salvo los producidos por todo el tiempo que hubieron de aguantar a las filas de arriba.

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