“que
por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro están llenos de
huesos de muertos y de toda inmundicia”.
(Mateo 23:27)
El moralismo, coloca las
virtudes morales como la base de nuestra aceptación, ya sea delante de los
hombres, delante de mí mismo, o delante de Dios. Surge así el falso paradigma
de “si me porto bien, seré aceptado”.
La estructura básica del moralismo en
los cristianos evangélicos se reduce a esto: la creencia de que el evangelio
del Reino de Yahvéh puede ser reducido a simples y sencillas mejoras
en el comportamiento humano. Se enfatiza, domingo a domingo, y desde
distintos púlpitos, un mensaje saturado de contenidos que apuntan
solamente a producir arreglos en la conducta de sus oyentes.
Son demasiados los creyentes que hoy
sucumben a la lógica del moralismo y reducen el evangelio a un
mensaje de valoración de virtudes y mejoras morales de acuerdo al status quo
imperante en cada ciudad, región o nación del mundo. De ese modo millones han
quedado seducidos a creer que en realidad pueden obtener toda la aprobación
divina que necesitan por retoques personales en ciertas áreas de su
comportamiento, sin considerar la revelación de los códigos contenidos en la
Torah (Ley) del Eterno.
La anti-esencia surgida del
moralismo es evidente: la
creencia de que el ser humano puede lograr la justicia por sí mismo a través de
un comportamiento adecuado a las convenciones sociales de su contexto vital.
El peligro es que las congregaciones
cristianas comunican, por medios directos e indirectos, que lo que el Eterno
Dios espera de la humanidad caída es simplemente una mejora moral. Satisfacen
la sed del alma humana con la falsa idea de que un ser humano honrado y
obediente al sistema imperante garantizará la bendición divina sobre el
planeta. De este modo, se subvierte el Evangelio del Reino de los Cielos y se
comunica un falso evangelio a un mundo caído que solamente será transformado
rindiéndose a la soberanía divina a través del señorío del Mesías implantando
la Torah (Instrucción) de Yahvéh en los corazones humanos.
En el moralismo, el buen
comportamiento viene primero y la aceptación después. En el evangelio es al
revés: primero somos aceptados por Dios, únicamente en base a los méritos de
Cristo, y debido a ese hecho ahora podemos y debemos comportarnos de cierta
manera.
A causa de este falso evangelio, los
vecinos, amigos, parientes y conocidos de un evangélico no se sienten atraídos
a acudir arrepentidos ante el Eterno, ya que ellos también son moralistas de
acuerdo a sus creencias y tradiciones. De ese modo, millones de seres humanos permanecen condenados por
creer que el moralismo es el mensaje que el Mesías encomendó a Sus
apóstoles.
La verdadera Iglesia de Cristo no tiene
más remedio que enseñar la Palabra de Yahvéh, y ella implantada en el ser
humano por la obra mesiánica de Yeshúa, en el poder del Espíritu Santo. Toda
esta obra, absoluta y exclusivamente divina, se verá consignada al cumplimiento
perfecto de Su Pacto Renovado o Nueva Alianza que el Eterno ha hecho con sus
escogidos: colocar su Torah (Instrucción o Ley) en la mente del hombre, a fin
de escribirla diariamente en sus corazones. ¡Este es el verdadero contenido del
mensaje del Evangelio del Reino de Yahvéh!
Somos justificados por la fe solamente,
salvos por gracia solamente, y redimidos de nuestros pecados por la obra
gloriosa del Mesías solamente. El moralismo produce pecadores
que (potencialmente) se comportan mejor. El Evangelio del Reinado Divino
transforma a los pecadores en hijos primogénitos de Dios, adoptados en el
Mesías, a través del Espíritu Santo manifestando, por Gracia, Su Torah en
nuestro interior y en cada área de nuestra vida.
Se necesita nada más y nada menos que la
predicación audaz del verdadero Evangelio. El evangelio completo y
verdaderamente existencial del Reinado de Yahvéh. Esta rápida transición será
suficiente para corregir esa falsa impresión que los seres humanos tienen hoy
del contenido del mensaje de nuestra proclamación y llevar así a los pecadores
a la salvación en Jesús, nuestro Mesías y Señor.
Los dejo reflexionando en esto, rogando
que el Espíritu Santo de Yahvéh nos sostenga, nos ilumine, nos purifique, nos
transforme cada vez más para que nuestra fe se convierta cada día en más
profunda y consciente. Entonces nuestra vida no será el fruto de un moralismo
respetable, sino un verdadero y auténtico intento de rendir un testimonio de
amor al Eterno Dios que nos ha amado antes y desea por encima de toda otra cosa
unirnos a Él por medio de Su Torah encarnada en nosotros, así como fue con
nuestro amado Mesías.
2 comentarios:
TOTALMENTE DE ACUERDO,SIN ARREPENTIMIENTO GENUINO,SON PECADORES QUE SE PORTAN BIEN!!
Al leer este informe no me queda otro pensamiento que el de las palabras escritas en el Libro de Revelaciones acerca de la gran ramera y sus hijas.
Llegará el tiempo..no muy lejano creo, en donde los "crédulos" terminarán por aceptar "cualquier viento de doctrina" y tomando los ritos de la Gran madre...haciéndose todo una misma cosa...ya no será una fusión sino una confusión.
Shalom!
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