Autor: P.A. David Nesher
Una de las creencias erradas que noto que se
anida con seguridad en las mentes y corazones de innumerables cristianos es la
de sostener de que todo ser humano es un hijo del Altísimo por el solo hecho de
estar creados a Su imagen.
Pues bien, comenzaré diciendo que la Palabra de
Dios nos revela que Yahwéh es el Creador del Universo y que todo lo hizo por la
Palabra de su Poder. En tal sentido todo lo que
existe proviene del hacer creativo del Eterno Dios, y por ende, toda la
humanidad es creación de Él.
Justamente la Torah (Instrucción) divina revela
que el Eterno Dios hizo al hombre a Su imagen, para que se conformara a Su semejanza
(Génesis 1:21-27). Este diseño especial apuntaba, como se logra discernir en
las expresiones divinas, a un proceso espiritual que le permitiera a cada
integrante de la humanidad convertirse en un hijo del Divino Creador, conforme
a esa imagen establecida en el interior del hombre por el evento creativo. Por
eso, entendemos que más allá de que todo hombre es una criatura del Eterno, no todos los seres humanos somos hijos de Yahwéh Dios.
Estoy convencido que a esta altura del planteo,
el corazón de varios lectores está dando cabida a la siguiente pregunta: ¿quiénes son entonces los hijos de Dios? Esta
es una pregunta que no podemos responderla por medio de nuestro propio
razonamiento, si no con lo que el Eterno Dios mismo dice en Su Palabra.
Acudiendo a la Biblia descubrimos en sus líneas
las siguientes pautas al respecto:“A lo suyo vino, y los suyos no le
recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre,
les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de
sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
(Juan 1:11-13)
Por medio de este lineamiento
apostólico-profético queda bien claro que el Eterno Dios nos engendra
espiritualmente sólo cuando creemos en el Mesías Yeshúa (Jesús) y confiamos en
lo que hizo en la cruz del Gólgota por nosotros.
Los discípulos de las primeras comunidades proclamaban
todo el tiempo que la condición para ser hijos del Eterno era recibir por la fe
la obra redentora mesiánica de Jesús, el Verbo hecho carne.
El apóstol Pablo también nos da evidencia de esta
chispa de la Verdad aportando los siguientes argumentos celestiales:
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.
“para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo”.
(Gálatas 4:5-7)
Ser hijo de Dios es una maravillosa posición que
depende totalmente del obrar del Espíritu Santo sobre aquellos hombres (varones
y mujeres) que voluntariamente se rinden por la fe a la voluntad divina que
buena, agradable y perfecta.
Ser hijos del Eterno es la dinámica espiritual que comienza con la adopción que Yahvéh hace con aquellos que a Él claman en el Mesías. Ese evento se denota en los cielos por el hecho de ser sellados con el Espíritu Santo, quien nos libera del temor de la esclavitud y nos guía comunicarnos con el Creador con una certeza manifestada en un clamor: ¡Abba Padre! Esto, y solo esto, es lo que testifica a nuestra conciencia de que somos hijos de Dios.
Por todo esto, no puedo salir de este escrito sin
antes comunicarme con tu mente y corazón y extenderte la siguiente invitación:
acepta a Yeshúa (Jesús) como el Mesías de Dios y tu amo, y Él mismo te
convertirá en Hijo de Dios.
Ya no lo pospongas más. ¡Hazlo ahora mismo!
Shalom.
P.A. David Nesher
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