Gozó
de la estima de su padre, compartiendo un vínculo más o menos fraternal con
otros cinco hermanos, producto del romance de su padre con Vanozza Catanei,
mujer con la cual convivió el Pontífice durante un cuarto de siglo.
Por ser hijo de un pontífice, César no podía presumir provenir de una buena familia. Como toda su familia era de origen español, al localizarse en Italia cambiaron la pronunciación del apellido Borja por Borgia.
Lamentablemente, César será recordado como el príncipe sin escrúpulos, aquella figura que inspiró a Maquiavelo para escribir su célebre tratado y por su pertenencia a una familia frívola y amoral para la cual no contaban los principios elementales. En César se conjugan cómodamente la generosidad, la valentía y la inteligencia junto a la perfidia y el asesinato. Años más tarde, el florentino Maquiavelo llamaría, precisamente, «sublime perfidia», a la fría y calculadora actitud política del hijo de Alejandro VI.
Sin embargo, César vivió poco pero intensamente, alternando su incansable actividad entre Marte y Eros, utilizando en ambas especialidades todas las armas a su alcance, incluidas —y sobre todo— las de la traición y el crimen.
Cesar incursionó por el cardenalato, lugar reservado por su padre para él (durante muchos años sería conocido como el cardenal de Valencia), sin embargo, abandono este cargo para casarse con Carlota, la hija de la reina de Navarra, Juana de Albret.
César
era una mezcla ambigua de maldades y cualidades, sensible a todo tipo de
idolatría, sobretodo la que provenía de su pueblo.
Su
hermano Juan, el primogénito de Alejandro VI, apareció flotando en las aguas
del río Tíber, se estima que su muerte se debió a que su mayorazgo representaba
un obstáculo para los planes ambiciosos de César. Por otro lado, algunos interpretan la
muerte de Juan como fruto de riñas amoroso-familiares entre el occiso y César,
que se disputaban el amor de su hermana Lucrecia.
Con
respecto al campo de las intrigas, vale aquí mencionar que César colaboró con su padre el papa Alejandro VI, no
se sabe si de buen grado o forzadamente, en utilizar a Lucrecia Borgia como señuelo sexual, para establecer relaciones con personalidades y hasta vínculos matrimoniales en su propio beneficio y cuando el candidato ya no les era útil o representaba un peligro para los intereses de la familia, lo eliminaban sin más miramientos, matándolo con violencia o envenenándolo, que era una manera más sutil de sacárselo de encima.
Dice el escritor francés Guillaume Apollinaire en su novela “La Roma de los Borgia”, refiriéndose al recurso de emplear el veneno como una manera para eliminar enemigos que “La vida humana carece de valor. Su supresión se considera como un medio para alcanzar tal o cual fin y no como un crimen abominable”.
César
Borgia no paró un instante de su vida en pensar y hacer solo el mal, pasando de las batallas bélicas a las diplomáticas
y, también, a las que tenían como campo de batalla las alcobas y como
contrincantes, a las mujeres. Efectivamente fue un hombre de guerra, sin
embargo, se sentía a gusto entre artistas e intelectuales. De hecho, en algunas
de sus correrías fue acompañado por nombres tan preclaros como Miguel Ángel
Buonarrotti, Leonardo da Vinci, Nicolás Maquiavelo o el gigante español García
de Paredes.
En 1502 Leonardo da Vinci, después de haber trabajado durante varios años para Ludovico Sforza, duque de Milán, entra al servicio de Cesar Borgia como ingeniero militar, para la construcción de las fortalezas papales. Con Ludovico Sforza, Leonardo llevó a cabo funciones similares como consejero de fortificaciones pero además, fue maestro de festejos y banquetes donde pudo llevar a cabo su viejo sueño de comandar una cocina para experimentar con nuevos ingredientes, sabores y recetas.
Conociendo estos antecedentes Cesar Borgia requirió sus servicios, además para los que fuera contratado, teniendo en cuenta el permanente afán de investigación que siempre imperó en la vida de este genio.
La tarea encomendada consistía en elaborar un veneno que no fuera percibido por los probadores de comidas que estaban al servicio de la nobleza y eclesiásticos, acosados por enemigos que pretendían usurparles cargos, tronos o simplemente para vengarse de alguna trastada.
Comenzó estudiando el veneno predilecto de los Borgia que era la cantarella o acqueta di perugia que según algunos autores, era producido por la combinación de sales de cobre, arsénico y sales de fósforo, producto de la evaporación de la orina, mientras que otros historiadores sostienen que fue una mezcla de arsénico y vísceras de cerdo que debían reposar durante treinta días en una vasija hasta su total putrefacción y una vez recogido sus líquidos, había que dejar evaporarlos para obtener una sal de color blanco, similar al azúcar y que en pequeñas dosis, era mortal.
Los otros venenos con los cuales Leonardo continuó experimentando fueron la cicuta, planta con desagradable olor a orina cuyo zumo es venenoso y la belladona otra planta que contiene tres alcaloides venenosos, uno de los cuales es la atropina, muy utilizada por las mujeres venecianas del renacimiento, que la empleaban como dilatador de pupilas con lo cual, decían, sus ojos lucían con mayor brillantez.
Para hacer la historia más corta, solamente diremos que César y Leonardo, a causa de estos tratos cómplices, se hicieron amantes íntimos instantáneamente. A tal punto llegó esta relación que para expresar su amor hacia César, Leonardo hizo muchas pinturas de él.
El padre de César, Rodrigo Borgia, (el Papa Alejandro VI), hizo que la imagen de su hijo fuera presentada como Jesús el Cristo en el mundo occidental. Y es que la idea de mostrar a un Jesús “europeizado” y blanco, le pareció una idea que contribuiría a la “causa” para ser mejor aceptado, ya a que las imágenes previas al renacimiento pintaban a un Jesús bastante “feo” (según su opinión), de acuerdo a su origen, de tono oscuro y con fenotipo hebreo.
Lo que después de esto se va a desatar será una burda y obsesiva competición entre Leonardo da Vinci y Miguel Ángel Buonarotti. Dicha carrera competitiva consistió en ver quien podría impresionar más al Rey Rodrigo o Papa Alejandro VI haciendo una imagen de su hijo predilecto y cómplice, que lograra engañar al mundo haciéndolo pasar por Jesús el Cristo. El Ganador de la competición fue Leonardo da Vinci.
Así, la imagen de Cesare Borgia se convirtió en el “amado Jesús actual” que todos conocemos, ya con rasgos europeos, que en general son similares a todas las imágenes que circulan actualmente, con pequeñas variantes.
Toda conclusión la dejará a la merced del libre albedrío que cada uno de Uds. quiera ejercer. Yo solamente me dedicaré a interceder para que el verdadero Dios te ilumine el entendimiento y logres así sentir Su llamado a salir de en medio de esta apestosa organización babilónica que se opone al conocimiento del Único Dios y de Su hijo Yehshúa ha Mashiah, el verdadero Ungido y Señor.
1 comentarios:
QUE TREMENDA MENTIRA,QUE POR AÑOS SEGUIMOS,YO TAMBIEN VI EL ESTUDIO POR INTERNET!!
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