Me encontré en la Biblia, autoridad rectora de nuestra fe, el siguiente versículo:
"Antes al contrario, viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, - pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles -"
(Gálatas 2: 7-8)
... entonces mi mente entró en la clara reflexión de que esta revelación pone en aprietos a cualquier católico romano que desde su sinceridad ha aceptado lo que la tradición le ha enseñado: el apóstol Pedro fue el primer papa. Desde esta seria situación, me imagino que la mente sincera de un católico se torna más revolucionada ante el hecho que ha creído desde ese paradigma errado que el Papa que gobierna desde el Vaticano es un legítimo sucesor que hereda lo que supuestamente le fue entregado al apóstol en cuestión.
Pues bien, sugiero analizar esto tranquilamente y confiando en que el lenguaje escritural siempre es claro y veraz en todo lo que expresa. Teniendo en cuenta esto lo primero que notamos en el verso citado es que fue Pablo, no Pedro, quien fue comisionado por el Señor Jesús para ser el apóstol para los gentiles. De la pluma misma del apóstol Pablo podemos leer aquello que las primeras comunidades de fe tenían bien claro alrededor del mundo conocido: Pedro misionaba en el Espíritu Santo entre los judíos, llevándoles el evangelio del Reino de Dios a su contexto, desde este propósito se denominaba a su enseñanza el evangelio de la circuncisión. La otra idea clara que estaba en la mentalidad de las asambleas del primer siglo era que el apóstol Pablo estaba comisionado por el Eterno Cristo a publicar el evangelio del Reino a los gentiles, por esto se llamaba con el nombre de evangelio de la incircucisión a la enseñanza paulina.
Para ayudar a comprender esto responderemos la siguiente pregunta: ¿quién fue el que escribió la epístola a los romanos (congregaciones que adoraban en la ciudad de Roma)? ¡Sabemos con seguridad que no fue Pedro! La evidencia histórica del texto mismo, en cada una de sus líneas, nos demuestra que fue el apóstol Pablo quien elaboró esa epístola.
En esta epístola Pablo les dijo específicamente a los gentiles romanos que él había sido escogido para ser su apóstol: “para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo” (Rom. 15:16).
Pablo recibió el cargo directo de Cristo en este asunto. El aún más adelante declara en Romanos 15:18 que fue Cristo quien lo escogió a él “para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras”.
Es muy interesante notar que en la política de trabajo de Pablo, no estaba la costumbre de ir allí dónde otro apóstol hubiese previamente establecido comunidades: “Y de ésta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamente ajeno” (Rom. 15:20). Evidentemente, y desde la óptica de Pablo, si Pedro hubiese “fundado” la Iglesia de Roma unos diez años antes de ésta declaración, tal como lo enseña el catolicismo, esta actitud paulina representaría una verdadera afrenta a Pedro, y una gran contradicción en la postura de Pablo. Pues bien, esta declaración por sí sola es prueba de que Pedro nunca estuvo en Roma antes de este tiempo para “fundar” alguna Iglesia.
Lo más interesante que podemos ver, desde el testimonio escritural, es que hasta el propio Pedro, reconoció la asignación divina que residía en Pablo para ejercer esa misión. Leemos: “y reconociendo la gracia queme había sido dada, Jacobo, Cefas (Pedro), y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles y ellos a la circuncisión” (Gal. 2:9).
En verdad, el tema es más amplio que lo que hasta aquí he compartido. Quizás en líneas venideras podremos continuar sumergiéndonos en los códigos bíblicos a fin traer mayor información al respecto. Pero para finalizar, me parece muy conveniente sellar este planteo con la afirmación del propio Pablo expresada en su segunda carta a Timoteo:
Para ayudar a comprender esto responderemos la siguiente pregunta: ¿quién fue el que escribió la epístola a los romanos (congregaciones que adoraban en la ciudad de Roma)? ¡Sabemos con seguridad que no fue Pedro! La evidencia histórica del texto mismo, en cada una de sus líneas, nos demuestra que fue el apóstol Pablo quien elaboró esa epístola.
En esta epístola Pablo les dijo específicamente a los gentiles romanos que él había sido escogido para ser su apóstol: “para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo” (Rom. 15:16).
Pablo recibió el cargo directo de Cristo en este asunto. El aún más adelante declara en Romanos 15:18 que fue Cristo quien lo escogió a él “para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras”.
Es muy interesante notar que en la política de trabajo de Pablo, no estaba la costumbre de ir allí dónde otro apóstol hubiese previamente establecido comunidades: “Y de ésta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamente ajeno” (Rom. 15:20). Evidentemente, y desde la óptica de Pablo, si Pedro hubiese “fundado” la Iglesia de Roma unos diez años antes de ésta declaración, tal como lo enseña el catolicismo, esta actitud paulina representaría una verdadera afrenta a Pedro, y una gran contradicción en la postura de Pablo. Pues bien, esta declaración por sí sola es prueba de que Pedro nunca estuvo en Roma antes de este tiempo para “fundar” alguna Iglesia.
Al final de la epístola de Pablo a los romanos, encontramos sus saludos. Les ruego que lean y relean con mucha atención el capítulo 16 de la epístola. Notarán que el apóstol saluda unos veintiocho individuos, todos de una trascendencia para aquella comunidad, pero en ningún momento menciona a Pedro. Es interesante notar que Pablo saludó a esas personas por los años 57 o 58 D.C., tiempo en el que la teoría católica romana sostiene que Pedro estaba con su trabajo apostólico en Roma. Entonces ¿por qué no mencionó a Pedro? La respuesta es simple y sencilla Pedro no estaba allí.
Lo más interesante que podemos ver, desde el testimonio escritural, es que hasta el propio Pedro, reconoció la asignación divina que residía en Pablo para ejercer esa misión. Leemos: “y reconociendo la gracia queme había sido dada, Jacobo, Cefas (Pedro), y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles y ellos a la circuncisión” (Gal. 2:9).
En verdad, el tema es más amplio que lo que hasta aquí he compartido. Quizás en líneas venideras podremos continuar sumergiéndonos en los códigos bíblicos a fin traer mayor información al respecto. Pero para finalizar, me parece muy conveniente sellar este planteo con la afirmación del propio Pablo expresada en su segunda carta a Timoteo:
"Dios me nombró apóstol y maestro para anunciar las buenas noticias".
(2Timoteo 1:11)
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