Me contaron la historia de un joven que tenía la anécdota curiosa en su vida de haber obtenido el cinturón amarillo en cinco estilos distintos de karate.
Resulta que cuando este muchacho estaba en los últimos años de la escuela primaria quedó fascinado por las artes marciales, así que convenció a sus padres de que lo dejaran estudiar karate. Se inscribió en una escuela y aprendió todas las posturas, las patadas y los golpes. Era un alumno muy diligente y, después de casi un año de entrenamiento, estaba listo para su examen de cinturón amarillo, el primer rango. Realizó el examen y lo aprobó.
Poco tiempo después, su familia se mudó a otra ciudad, pero la única escuela de karate que él encontró ahí, practicaba un estilo de karate distinto. Así que comenzó de nuevo con lo básico, con las nuevas posturas, nuevas patadas y nuevos golpes. Otra vez progresó bien, y otra vez tomó su examen para obtener el cinturón amarillo —ahora en este nuevo estilo— y lo aprobó.
Pronto llegó el momento en que tuvo que irse a continuar sus estudios de preparatoria en otro lugar. En esa ciudad de nuevo buscó una escuela de karate, y la única que encontró enseñaba un tercer estilo de karate. Así que comenzó otra vez con lo básico, con nuevas posturas, nuevas patadas y nuevos golpes. Y en este estilo también recibió el cinturón amarillo. A la mitad de su preparatoria, tuvo que cambiar de escuela, y comenzó nuevamente el mismo proceso.
Al final de cinco años de entrenamiento disciplinado, este joven había obtenido el rango de cinturón amarillo en cinco estilos de karate; ¡un principiante! Si hubiera pasado la misma cantidad de tiempo y esfuerzo en un solo estilo, hubiera obtenido el rango de cinturón negro, una maestría. Lo irónico es que se esforzó mucho y trabajó muy duro, pero debido a que su enfoque continuó cambiando y él tenía que comenzar desde el principio una y otra vez, su avance fue obstaculizado. Al final se quedó como un principiante.
En estos últimos diez años de servir al alma de varones y mujeres a lo largo de las naciones, he notado que el mayor costo para una persona que vive sin un propósito claro es que no llegará ni a una fracción del potencial entregado por el Eterno el día de su concepción. Ese tipo de personas son como el joven karateca de nuestra historia. La mayoría de esas personas se pasa la vida cambiando sus prioridades. Aquello que era importante en una etapa se vuelve insignificante en otra.
A lo largo de la vida de la gran mayoría de los seres humanos, lo que es preciado y codiciado en una etapa se vuelve devaluado y despreciado cuando las nuevas prioridades impuestas por su entorno social llegan. Las divisas cambian constantemente. El resultado de esto es que mientras a alguien quizá le vaya bien en cada etapa de su vida, la totalidad de lo que logró puede no sumar mucho. Se convirtió en “un cinturón amarillo en cinco estilos”.
Por todo ello, siempre desde mi ministerio inspiro a los corazones humanos que me escuchan a tomar concienicia que el Eterno Dios los quiere permanentemente peregrinando hacia el éxito que permite llegar a la plenitud de Su propósito en el Mesías.
Para ello, siempre que estoy cara a cara con algún escogido que anhela vivir a pleno su propósito aquí en la Tierra, pregunto: "¿Hacia dónde te diriges?" Y esta es la pregunta que aprovecho en este espacio para hacerte a ti, mi amado lector. Y es que el primer principio para llevar una vida exitosa es saber qué es lo que quieres lograr de ella, saber hacia dónde te diriges, conocer tus divisas, saber tu sistema de valores y, entonces, fijar tus metas de acuerdo con eso.
Pero aquí radica el problema. ¿Cómo puede una persona joven saber a dónde lo llevará la vida cuando sea mayor? ¿Cuál ser humano es tan sabio como para saber en dónde se encontrará dentro de veinte años? ¿Cómo puede alguien saber qué considerará valioso cuando se encuentre en una etapa distinta de su vida?
Cuando preguntas a un niño de cinco años: “¿Qué quieres ser cuando crezcas?”, podría responderte que quiere ser bombero o jugador de fútbol o basquetbol. Hasta te dirá que quiere ser un cantante famoso. En realidad, no está diciéndote lo que quiere ser cuando crezca. Él te está diciendo lo que quiere ser ahora, si fuera un adulto.
Te está diciendo, con base en su entendimiento de la vida de cinco años, lo que él valora y considera importante. No puede decirte lo que valorará cuando sea más grande. No tiene manera de saber lo que sentirá que es importante y significativo en ese momento. Te está diciendo lo que quiere ser ahora. Y conforme a su actual entendimiento del mundo, a él le gustaría ser Superman, Batman o un recolector municipal de residuos.
En este sentido, una de las cosas más difíciles para un ser humano es planear el curso de vida que lo haga feliz treinta años hacia el futuro. ¿Cómo es posible que alguien pueda saber lo que va a ser importante para él entonces? ¿Cómo podemos saber lo que consideraremos exitoso entonces?
El Eterno Dios no solamente creó al hombre y lo dejó para que encontrara las respuestas por sí mismo. Yahvéh no diseñó un mundo entero para el hombre, colocándolo dentro de éste con una misión y después haciéndose a un lado, diciendo: “Pero no voy a decirte cuál es. Es secreto. Tú tienes que adivinarlo”. No. El Eterno no obra de esa manera. Él es amor, y nos ha amado con amor eterno para que peregrinemos siempre derecho, adelante y hacia arriba. Él nos dio una guía clara, definitiva y exacta, con instrucciones específicas de cómo vivir nuestra vida y las razones principales para ello. La llave del éxito es abrir ese libro, estudiar sus palabras de verdad y moldear nuestras vidas de acuerdo con ello. El secreto del éxito está en la Toráh, y esta encarnada. La clave de tu éxito está en conocer al Mesías (Juan 17:3).
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