Antes de morir, un hombre muy rico, hizo tres pedidos, como últimos deseos desde su lecho de muerte:
Primero: Que su ataúd fuese cargado por los mejores médicos de la época.
Segundo: Que los tesoros que tenia, fueran esparcidos por
el camino hasta su tumba.
Tercero: Que sus manos quedaran en el aire fuera del
ataúd a la vista de todos.
Uno de sus familiares, muy asombrado por esto, le preguntó cuáles eran sus
razones para tales deseos. Él explico muy convencido:
"En primer lugar, quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd, para demostrar que ellos no tienen ante la muerte el poder de curar. En segundo lugar, quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros, para que todos puedan
ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí se quedan. Y como deseo final, quiero que mis manos queden descubiertas fuera del ataúd, para que las
personas puedan ver que vinimos a esa vida con las manos vacías, y con las manos vacías partimos de aquí, ya que al morir nada material se puede llevar. En pocas palabras quiero dejar bien en claro que el tiempo es el tesoro más valioso que tenemos. En esta vida podemos producir
mucho dinero, pero jamás produciremos más tiempo que aquel que el Eterno determina para vivir y manifestar nuestro propósito".
Por último este hombre agregó como últimas palabras antes de expirar: "todo esto recuérdenlo muy bien y aprendan este secreto: el mejor regalo, y la más grande herencia, que le puedes dar a tus seres amados es tu tiempo".
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