miércoles, 9 de abril de 2014

¡Dios asegura que "los muertos nada saben"!

P.A. David Nesher 


Los estados de ánimos expresados en redes sociales, tales como Facebook, se especializan en desnudar el interior de los conectados a ellas. De ese modo, y ante la pregunta “¿qué estás pensando?”, nos encontramos con un sinnúmero de emociones que expresan las creencias que les dan origen. Es así como en estos últimos años he sido testigo de emociones fundamentadas en la ignorancia. Lo más triste (y/o vergonzante) de ello es que dicha ignorancia reina abundantemente en aquellos que diciéndose evangélicos, pueblan la web con la evidencia de tener un Dios en sus labios que está muy lejano de sus corazones pues confiesan doctrinas y tradiciones humanas en vez de los lineamientos escriturales de la revelación (Mateo 15:8-9).

Una de esos dogmas humanos y lleno de superstición es la creencia de que los muertos están presentes leyendo todo, y cada una de las palabras, que escriben sus deudos en los muros de su Facebook.

Incluso, personas que dicen habitar en el diseño del Monte Santo de Dios, quizás conducidas por un dolor causado por la deuda que aún sienten en sus conciencias, colocan una y otra vez alguna leyenda en la que le expresan a su difunto (padre, madre, hermanos, etc.) cuánto lo extraña y cómo lo experimenta todo el tiempo a su lado.

Por todo ello, y ante la evidencia que muchos de estos “cristianos” no se dejan exhortar en privado, me siento movilizado por la Verdad ha catequizar proféticamente al respecto, intercediendo para que el Espíritu Santo del Señor pueda arrancar del cautiverio a tantos prisioneros del luto. 

Comenzaré dejando bien en claro que toda la estructura de la fe mesiánica descansa, desde sus comienzos, sobre un hecho histórico maravilloso: la resurrección de Jesús de los muertos y la resurrección de sus fieles seguidores en el día final.

También expondré que la cosmovisión que la Biblia presenta acerca de la muerte del hombre es diametralmente opuesta a la heredada de la Gran Prostituta.

Satanás también usa a la mayoría de las religiones para enseñar que los difuntos se convierten en espíritus a los que los vivos deben respetar y honrar. Según esta creencia, esos espíritus pueden ser amigos poderosos o enemigos terribles. Creyendo esta mentira, muchas personas los temen, los honran y les rinden culto. La Biblia, en cambio, enseña que los muertos están durmiendo y que solo debemos adorar al Dios verdadero, Yahwéh, quien nos ha creado y nos ha dado todo (Apoc. 4:11). 

Las primeras comunidades de discípulos sabían que el rescate del sacrificio del Mesías Yahshúa (Jesús) abrió el camino para que podamos vivir eternamente. También tenían la certeza de aquello que los escritos apostólicos prometían que “la muerte no será más” (Revelación [Apocalipsis] 21:4). Pero mientras llega ese día, todos morimos. Como dijo el sabio rey Salomón, “los vivos tienen conciencia de que morirán” (Eclesiastés 9:5).

Pero he notado, aún en mi propia vida, que cuando nos toca llorar la pérdida de seres amados, somos tentados a pensar cuestionamientos como estos: “¿Qué ha pasado con ellos? ¿Están sufriendo? ¿Nos cuidan de algún modo? ¿Podemos ayudarlos? ¿Los volveremos a ver?”.

Hace muchos siglos, el fiel Job hizo esta pregunta: “Si un hombre […] muere, ¿puede volver a vivir?” (Job 14:14). En otras palabras, ¿es posible devolver la vida a quienes duermen en la muerte?

He notado también que gracias a estas preguntas que el alma realiza en el momento del duelo las religiones del mundo ofrecen distintas respuestas. Algunas enseñan que los buenos van al cielo, y los malos a un lugar de tormento. Otras dicen que pasamos al reino de los espíritus para estar con nuestros antepasados. Y hay religiones que afirman que entramos en el mundo de los muertos para ser juzgados y después nos reencarnamos, es decir, volvemos a nacer en otro cuerpo. Lo cierto es que, todas y cada una de esas respuestas persiguen un solo fin: mantener cautiva una masa humana que permita un gran porcentaje de ingresos a fin de sostener las estructuras de poder que la Gran Babilonia construye día a día para dominar los cielos (ámbitos espirituales).

Casi todas las religiones, tanto del pasado como del presente, afirman que, de una u otra forma, continuamos viviendo para siempre y conservamos la capacidad de ver, oír y pensar. Pero ¿cómo puede ser eso posible? Los sentidos, lo mismo que el pensamiento, dependen del cerebro, el cual deja de funcionar cuando fallecemos. Nuestros recuerdos, sentimientos y sensaciones no se mantienen vivos por sí solos de algún modo misterioso. Es imposible que lo hagan, pues dejan de existir cuando el cerebro se destruye.

Pero, volviendo a los que las primeras comunidades mesiánicas creían, tenemos que entender que el fundamente de esas doctrinas provenía del Manual del Creador, las Sagradas Escrituras. En ellas leemos por ejemplo lo que Job mismo dijo referente al Redentor, cientos de años antes que Él naciera:

"Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo" (Job 19: 25).

Y ese varón de fe añade esta nota triunfante referente a al justo que muere:

"Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios" (versículo 26).

Así mismo notamos que este mismo varón patriarcal  había revelado con anterioridad lo que le acontece a cualquier ser humano cuando fallece:

“Como una nube se desvanece y pasa, así el que desciende al Seol no subirá; no volverá más a su casa, ni su lugar lo verá más”.
(Job 7: 9-10).

No hay duda pues que una vez que la muerte física acontece al ser humano, este queda desconectado con todo lo que haya sido de significación para él en este vida.



Las Escrituras van aún más allá. Dicen que en ocasión de la muerte el poder del hombre para pensar cesa:

"No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación.

Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos."

(Salmo 146: 3, 4)

No debe haber ningún error aquí. No debe nadie que se autodenomine hijo de Dios permitirse caer en engaño alguno. El Creador sabe lo que ocurre en ocasión de la muerte. Y él nos dice que los muertos no piensan. Esto significa que ya no tienen forma de comunicarse con los que aquí han quedado llorándolo.

Por favor presta atención en este otro texto de las Escrituras, tal vez el más importante que hemos de leer:

"Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol" (Eclesiastés 9:5-6).

Después de afirmar que los vivos saben que morirán, Salomón escribió que “los muertos […] no tienen conciencia de nada en absoluto”. Entonces amplió esa verdad fundamental al decir que no pueden amar ni odiar y que “no hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el [sepulcro]” (Eclesiastés 9:5, 6, 10).

¡Ahí está! Los muertos nada saben. No pueden recordar. No pueden amar, ni odiar, ni envidiar. ¿No debe esto resolver para siempre la pregunta de lo que ocurre en ocasión de la muerte?

Según la esperanza de aquellos primeros discípulos, los muertos no han de ser llamados hasta aquel día grandioso y final cuando Jesús mismo regrese. Ese día, y solamente entonces, la muerte dará lugar a la inmortalidad, a la vida perdurable.

¡Es maravilloso entender que cuando conocemos la Verdad sobre los muertos, ya no nos engañan las mentiras religiosas! 

Además, entendemos mejor otras enseñanzas de la Biblia, como por ejemplo, la promesa de vivir eternamente en el ámbito de los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra. Esta esperanza se vuelve muy real para nosotros cuando aprendemos que los difuntos no van a vivir como espíritus a otra parte. 

BITÁCORA RELACIONADA: El Cielo no espera a nadie...

0 comentarios:

Publicar un comentario

Compartir

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More